viernes, 26 de diciembre de 2014

Keyla Holmquist: la mueca y el espejo roto. Por José Napoleón Oropeza



Keyla Holmquist: la mueca y el espejo roto.


Hace ya varios años, quizá una década, tuve la oportunidad de ver unos dibujos firmados por una artista, llamada Keyla Holmquist. En ese momento, su obra era totalmente desconocida para mí, aun cuando ya había participado en varios salones de arte y exposiciones colectivas en Caracas, Maracay y Valencia y (lo supe años después) había sido oyente en uno de mis cursos de literatura sobre la imagen y el símbolo como puentes: el mar y el río en el lenguaje de todas las artes.
Cada vez que veía una obra suya, después de esa primera ojeada en su obra tan simple y profunda, en Maracay, en la oportunidad de haber sido integrante del jurado único de selección y premiación, en una de las ediciones del Salón Aragua, conjuntamente con Bélgica Rodríguez y Mariluz Cárdenas, quedaba embelesado ante la imagen que se inventa y reinventa en su obra: la de un espejo roto dador de vida: una y múltiple en los destrozos, en cada fragmento que se armaba y se desarmaba en la composición de rostros de mujeres, cuya forma expresiva acercaba el tema a la caricatura.
La forma de sus dibujos me sedujo desde aquel entonces: una línea gruesa que se enrolla, desenrolla y crea rostros, o mejor muecas, acaso caricaturas que se transforman frente al espectador, dejando siempre la sensación de un “callado estruendo”, de un bullicioso silencio en la mueca de un rostro de mujer, algunas veces de muñeca o de niña. Ante su obra, sencilla y fascinante, me atraía, como siempre, la manía de buscar confluencias y antecedentes en su obra: Wilhem de Kunming, Egon Shiele, Pablo Picasso. Y ¿Por qué no la de un niño cualquiera? ¿O la empozada soledad en la Marcella, de Ernst Ludwig Kirchnner? Pero, al final, se imponía y se impone, como secreto o gran hallazgo, el gesto sensual, agresivo y fantástico de los dibujos de una niña traviesa. El gran sueño de Picasso de dibujar y pintar como los niños, su fuerza, fiereza y espontaneidad, se la apropió, para la eternidad de un instante que se cierra en gota de agua, esta gran artista de nombre igualmente fantástico: Keyla Holmquist. ¿Nacida en Caracas? No. Nació y nace, ahora, acaso transmutada en posibles autorretratos concebidos en los fragmentos de un destrozado espejo cuyos pedazos enmarca, siempre, una línea.

La faz de sus rostros, en cada obra, nos entregan, al rompe, una mueca, el desparpajo inocente, una libertad onírica, semejante al dibujo de un niño: ése que obsesionó a Picasso toda su vida, ese niño que el gran artista quería volver a ser en sus dibujos y que esta artista nuestra, nacida, efectivamente, en Caracas, en el año 1958 y que vive y ha desarrollado toda su vida en Maracay, aunque haya participado en exposiciones individuales y colectivas, dentro y fuera del país, tales como Ámsterdam, Nueva York y Sao Paolo. Siempre con sus mujeres, sus muecas, sus niñas, o quizá muñecas que se obsesionan por la idea de hacer muecas, simular sonrisas y buscar el blanco batiente, el viento en todas direcciones, con sus ojos rasgados y sus huesudas manos: apenas una línea que juega a insinuar mano o cabellera, algunas veces en medio de manchas y de grumos, borrones, tachaduras.

Un rostro, el resto de una esfinge o de una niña de pelo encrespado, disuelta su cara en el llanto o la risa: el expresionismo de la canción de un pesado silencio. Llanto y risa componiéndose, acaso disuelta en una línea: se esfuma, o a veces, simula en un borde negro, el arabesco de un silencio empozado en manchas nacidas de veladuras y grumos. La misma luz del ojo, del anillo que fija, en su redondez, todos los encuentros de una línea y el mínimo color. Se busca el blanco: el infinito brota de la línea y forma una rama, una arboleda en los cabellos de mujeres y de niñas. ¿Acaso unas muñecas?.
Todas esas experiencias las vivimos, las experimentamos, al unísono, en cada una de las obras (o muecas, líneas que se enrollan para simular manos, cabellos, ojos) de esta gran dibujante que ha logrado volver a ser niña en cada una de sus obras, de sus dibujos, sus estaciones marcadas por una línea que, en Keyla, y sólo en ella, se vuelve pétalo, punto infinito en la mueca nacida del esbozo de un próximo gesto.

Y ese gesto cobrará forma en las hojas de un libro abierto o en una cabellera. El blanco que obsesiona a la artista bautizada con el nombre sonoro y pétreo de Keyla Holmquist subraya, hasta hoy, la existencia de una sola obsesión en su obra: en los dibujos sólo existen el blanco, el fragmento y la luz en ellos fracturada. La línea desnuda, otra vez quebrada tras nuevo nacimiento: pétalo suelto, callado silencio. Estruendo luminoso de un rostro que acecha, en envolvente y fantasiosa mueca.

José Napoleón Oropeza

Las Eluvias III, amanecer de los días 31 de agosto, 1º y 3 de septiembre de 2013.©
Literales. Diario Tal Cual, Caracas, sábado y domingo 12 y 13 de abril de 2014

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